Rojos labios en un mundo desaturado.

Esquina Sur, del barrio del Norte, de alba parca, del alma noble, un canvas de costumbres milagrosas y berrinches de las sierras, las piernas más bonitas, al menos de Finisterre. Se mueve como un pez en el océano, arde como el Sol golpeando la puerta del fin del mundo donde nos vimos en una terraza malabareando estrellas y aviones desorientados, cayó un diluvio en picado e inundó las aceras, rompiste la pecera y te perdiste en el mar de calma, en los callejones de Bagdad, en el París de Babar y el balcón de Holmes. 

Pronto quisimos resguardarnos, tiempo al tempo de un par de zapatos chapoteando, se robaron los barcos de papel navegando charcos, se volaron los paraguas rojos de los paisajes desaturados, se olvidó de nosotros el conductor de la murga fantasma de los pasajes bárbaros de Condarco, Flores, bajos, plazas, palcos, fuimos a darnos un abrazo en las fauces de San José y pasó desapercibida la misericordia en la falsa libertad que te ataba, vandalizamos las cadenas, alargamos la tertulia una década y pintamos mensajes con pétalos en las paredes, volvimos a los prados que nos vieron sonreír por primera vez, entre libros y dagas, entre bendiciones y danzas, vetusta casualidad que nos mantiene envueltos en magia, año sobre año, bucles, espirales, nostalgia y alabanzas. 

Puedo ser rabia y puedo ser metáfora, puedo ser fauna, flora, puedo ver en callejas asfaltadas las marcas de arañazos que quedaron de batallas pasadas, Coronado de Victoria, formas del Guernica, fuego en Pompeya, pluma y tinta en la Rivera, vid en la nevera, miel en la cintura, pecado en las venas. 

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