Mística, maldita.

Se cierra el telón durante el vendaval, la cortina de luz matinal soltando flashes en magenta y cyan, de cuánto espanto tenemos que hablar para firmar el acuerdo de paz, si tus días raros son pasado pensando en el pasaje de la biblia azul, absurda y al Sur, alud de consonantes en un consorcio de bar, barras locas de atar, ataduras con cordeles pendulantes en el manzanar, bailar bajo el árbol negro por burlar al buen destino y mendigar, mendigar una gota de más en la boca de la Eva bipolar, positivismo peregrino sobre el paño verde de la burla y la murga quizás. 

El canal de la manta, el carcaj de las voces infinitas, el rapaz deseo de heredar la copa de Adán, "Tres huellas no hacen un camino", dice aquel que aún no bajó sus pies del sillón desde el que mira a todo aquel que lo intenta, fallar y volver a fallar. Me estalla el corazón en un suspiro, Valencia y sus "Tal vez", tal vez debí volver, volver al tiempo de los tiempos extraños extrañando la extraña música de la caracola, extrañar con la visceral sensación de que las entrañas se embalsan ante la entrañable, mística y maldita sonrisa de Lola.

Madrigal, prohibidas palabras mayores que profanan la nueva normalidad y se abrazan donde las bocas no se cubren y el que calla no es por otorgar, se hace uso del silencio como si fuese otra vocal, una seña, el slang de los que no necesitan gritar para transmitir, hablar para comunicar, el silencio como un himno de compases sin vocablos ni ribetes, la mente en blanco como lienzo para pintarle una vida entera a la dama de los dados escarlata y los labios a tiempo y tono.

Amanecer crucificado.

Tengo el placer de volver a mi cabina, decorada por un carnaval de bitácoras y cartulinas, cubierto de polvo y rodeado de la obscena oscuridad del universo abierto, me siento incompleto sin la libertad de perdernos juntos en el viaje, me siento poco bienvenido en las esquinas de la patria y su potestad, supongo que ganar el paisaje de la inmensidad estelar debería balancear tu partida, mas prefería el encierro de una habitación a oscuras que la infinidad e iluminación de mil galaxias en el escaparate de lo inmensurable.

Se me hizo eterna la vuelta, se me partió en dos la veda, me censuró la razón un cometa que viajaba desnudo al encuentro con un Sol, el sostenido de un Do me sugirió un bemol antes de un trago de realidad, los caballeros de la mesa sin Radio se fueron sin pagar la cuenta y la última cena fue un escenario amargo, el vino se volvió agua cuando se juntaron las copas y se vaciaron los platos cuando por las prisas perdió su zapato María Magdalena, se le hacía tarde para la cita con el esclavo, sin hadas ni madrinas, sin cámaras ni bambalinas, sólo ellos, medianoche y pecado.

Enciendo motores, vibro, inicio los comandos, el manual instructivo del Capitán Beto sobre unos botones por si acaso; sintonizo una emisora, pesadillas, miniaturas, Nueva York y las gafas de Alfonsina; velocidad crucero, hoy no me persigue el tiempo; gruñido y descontento, tengo recuerdos guardados, me falta talento, tengo palpitos y ansiedad, me falta tu aliento; sueño con las luces del viento, me ausento del cuento, te busco en la guantera, te encuentro dormido en el cruento convento de las hazañas y los inventos, brilla un filamento, vibra el horizonte mirando al firmamento, tu voz ausente me despierta del intento de perderme para siempre, una luna se sonríe de lado, un cerrojo mental se abre y arrojo derrotado al suelo el candado, amanezco crucificado, me arden en la piel los vestigios de tus rastros, arden en mi piel tus huellas como rayos en la frente del mago, acelero, dentro y fuera de mi mente, continúa el viaje, este universo nos pertenece, el amor nos vió nacer, nos verá morir, el amor nos precede, nos sucede, el amor es mucho más que nosotros, el amor nos excede.

Los zapatos de Cronos.

Y en una terraza bajo nubes y cañas tendimos la mano a la vetusta casualidad de tener días raros, de escapar de los otros, de salir de los moldes, romper los bordes, forjar un filo capaz de cortar todas las barreras, las obsesiones, los trastornos, los excesos, las adicciones, la abstinencia, la indecorosa sensación de ser ajenos en un cuerpo propio. 

Nunca supe qué miraba, nunca fuimos juntos al espacio, nunca vestimos la primavera de azul, nunca me dijo cómo ser si no volvía de la última siesta y así estoy esta mañana, con un ojo en el reloj y otro en el suspiro de luz que asoma bajo la puerta, a ver si en una vuelta más de su ronda se le escapa una vez más un nuevo compás de la canción que cantamos bajo la luz de una estrella fantasma y la despedida ficcional. Suelto un susurro de tanto en tanto mirando al fondo del abismo, asumiendo que en la oscuridad estarás mirando, esperando que el eco de mi voz en la acústica de la nada me devuelva una sonrisa con sabor a menta y lima. 

Me quedé sin dados ya, buscándome la vida y jugando contra la suerte los dejé caer tras un soplido, cruzando mis dedos y rogando por el Once; nunca supe qué saqué o si gané o perdí, si los dados se partieron al llegar, si el As marcado no fue siete ni estrella o si quedaron suspendidos en el vuelo de la mariposa que guarda en sus zapatos el "Tac" del "Tic" del "TOC" del desorden de la iluminación y los abrojos vencidos, se quedó sin tiempo el dios de los instantes, sigo buscándote en este universo nacido de la colisión de nuestros cuerpos desafiantes.

Contigo soy charlas.

Soy el monstruo al que tus peores monstruos le temen, la crudeza de los demonios que a los que creen tener todo ataca mientras duermen, soy la fruta que no puedes dejar, el azúcar, la sal, la abstinencia, el malestar, la resistencia, la superación, el grito en el altar, soy los mangos, el de la fruta fresca en tus labios para desayunar, el de la pala con la que entierras los libros, las mandrágoras que te enseñaron a gritar, soy el último tren de la noche a Gibraltar, soy el último que dejaste escapar, los miedos infundados, pero ninguno real, abrazo, camisa y costal, la costilla que le faltaba a tu lado sentimental. Soy el fino grano de la película en la que te besan el vértigo y tu fantasía más vulgar, soy colonia, el álamo, el manantial, el mineral del agua de la mesa del comensal, soy la reserva oculta tras las bases y el carnaval, la cerámica que olvidaste antes de salir a girar, la linterna innecesaria, la lágrima en la miel del vaso en Yucatán, soy lejano, soy Oeste, soy urbano, agreste, soy el ramo, pureza, soy peste. Soy el tono, lo simple, lo que cueste. Soy los sueños, los fraudes, lo que te frustra, lo que te abraza y lo que te embiste, soy cuerpo, soy flama, soy forma, soy alma, soy todo contigo, sin tí no soy nada.

Las pausas infinitas.

Vamos a volar juntos sobre el dragón blanco de la tinta negra, a jugar entre las grietas del caparazón de la tortuga que sostiene el mundo, vamos a hablarle a la Luna del parque de la luciérnagas extintas, la curva maldita, la hija que grita, la grata sorpresa del apagón universal, vamos a huir de la lluvia, de las calaveras, a besar las dunas, a pisar los bares, que estallen los barómetros y los varones, que el puño cerrado no sea para golpear pero cambie el curso de la historia una vez más al brillar en lo alto. 

Vamos, que de vuelta a la vuelta habrá tiempo de quitarnos la ropa en el lodazal de las preguntas no hechas y las respuestas nunca vistas. Me siento en el piano y suena una escena fantasía en la que estoy y no, toque de queda, queda darle un toque a nota que dibuja sombras a mis espaldas y que hagan temblar las cuerdas en vibrato, las cicatrices que no se ven nacidas del maltrato  harán crujir los tablones del ático donde guardo el arsenal para la revolución, donde baila Lola la canción de las pausas infinitas, munición para asesinar. Los pasos desnudos sobre la madera, las voces despiertas en los labios rojos y los párpados dorados viéndola flotar, mártires del mercado de pulgas de los besos perdidos, árbitros del juego de siempre fracasar. 

 Maldigo los conteos, tu dulzura y mi sangre hirviendo en la melaza de tu cañaveral, eres la fruta dañina en cantidad, el exceso que sabe a libertad y la marcha en los zapatos del ebrio hasta la basílica del final, mendigo un rato más, pierdo los anillos, se detienen los relojes, se me acaban las ganas de brindar, se me apagan las lámparas de sal, los límites, que da igual la entrada, el punto cardinal, el cardenal perdido y el rito final, las cintas presagian el temporal y los dioses se reunen a contemplar el desastre celestial, se acabo la espera, nos encontró el final, el milagro no es la alquimia, el milagro son tus gemidos durante la batalla campal.

Vivir a colores.

Los abrazos pendientes, pendiendo de un hilo, prendiendo un pabilo y pretendiendo no pretender beber del vino de los impacientes. Los idiomas perdidos, saltar y escapar, perder los estribos, tumbar los muros, correr ardidos los circuitos cortos, los círculos y los cililindros. Se cerraron los caminos, atrapados entre paredes y espadas, en callejones sin luces y temblores, los días finales y el juicio correspondiente, el calor de sentirse sentenciado, la sangre hierve y vibra el cielo, se caen las columnas, sirenas silentes. 

Mentes desaturadas que no pueden ver la vida a color, cuadrados, simples, planos, mentes en dos dimensiones incapaces de ver la nueva profundidad. Se acabaron las recompesas por primitivos, las recompensas con perfume a tocador, se cambió de profesión el trovador y ahora describe versos en paredes de aerosol, ya no corre para escapar, corre para alcanzar antes su punto de llegada que es el de partida de alguien más y sólo una posta en otra carrera, los caminos se cruzan, se unen y se separan, pero cada quien a su pugna.  

El hambre, las ganas de comer, de bajarse del tren, de dejar el andén y ver el mundo desde una pendiente en los Andes, mientras unos golpean la basura y otros revuelven las montañas y los mares en busca de una oro. Dora la vuelta, dorada la ida, oraba en la cuesta, doblando la apuesta, el Sol, su puesta, apostados en lo ilegal del las luces que parpadean, la sed de los semáforos, la vida en lo alto, donde los perros no llegan, donde los palcos los ocupan los del otro lado. 

Rojos labios en un mundo desaturado.

Esquina Sur, del barrio del Norte, de alba parca, del alma noble, un canvas de costumbres milagrosas y berrinches de las sierras, las piernas más bonitas, al menos de Finisterre. Se mueve como un pez en el océano, arde como el Sol golpeando la puerta del fin del mundo donde nos vimos en una terraza malabareando estrellas y aviones desorientados, cayó un diluvio en picado e inundó las aceras, rompiste la pecera y te perdiste en el mar de calma, en los callejones de Bagdad, en el París de Babar y el balcón de Holmes. 

Pronto quisimos resguardarnos, tiempo al tempo de un par de zapatos chapoteando, se robaron los barcos de papel navegando charcos, se volaron los paraguas rojos de los paisajes desaturados, se olvidó de nosotros el conductor de la murga fantasma de los pasajes bárbaros de Condarco, Flores, bajos, plazas, palcos, fuimos a darnos un abrazo en las fauces de San José y pasó desapercibida la misericordia en la falsa libertad que te ataba, vandalizamos las cadenas, alargamos la tertulia una década y pintamos mensajes con pétalos en las paredes, volvimos a los prados que nos vieron sonreír por primera vez, entre libros y dagas, entre bendiciones y danzas, vetusta casualidad que nos mantiene envueltos en magia, año sobre año, bucles, espirales, nostalgia y alabanzas. 

Puedo ser rabia y puedo ser metáfora, puedo ser fauna, flora, puedo ver en callejas asfaltadas las marcas de arañazos que quedaron de batallas pasadas, Coronado de Victoria, formas del Guernica, fuego en Pompeya, pluma y tinta en la Rivera, vid en la nevera, miel en la cintura, pecado en las venas.