Radio y teatro.


 Vuelvo a una vieja y sana costumbre, leer mis textos para ustedes. Espero lo disfruten, les agrade. Gracias.




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Pertenezco al club de los pobres enamorados de los detalles que tienen marcados los labios en sus surcos de tanto sonreír, o de tan poco, o de tampoco sonreír cuando sonríen. Soy miembro de un club de hombres perdidos en la velocidad con la que transcurren los días, lejos del dial de una radio en la que oigo una opereta sobre las rabietas de una mujer que sueña con ser buscada y encontrada en su pletórica burbuja donde está a salvo de los falsos salvatajes y el aroma a lavanda.

Estoy sumergido en un libro que me da a elegir entre veintinueve finales y en ninguno me faltan ganas de buscar otra salida,  en uno que otro alguien lagrimea si bajo la guardia y le doy pie a la mano del amo a que me golpee en la cara, en otro sonrío, incluso a los que contra mí dispararon, en varios más me arranco los tatuajes de la piel a gritos esperando que eso se lleve las heridas que los inspiraron. Sueño amargo, trago parco, rezo abstracto y entre marcos y retratos sensibles al tacto me embarco en un viaje interestelar por el universo de los bordes inexactos, imperfectos, sonámbulos, insomnes y fantásticos.

Busco en los demonios que lindan mis fronteras la canción de cuna que de estrella en estrella tracen una línea de canela y purpurina fugaz ubiquen la cama para dormir a solas con el Karma que no me perdona, suena distante un tambor, pido por favor que el temblor sea también señal de que el motor sigue roncando y entre roca y roca el rugido del tigre haciendo eco el cielo va cruzando.

Escribo para leer y ver en pupilas que la libertad de las luciérnagas iluminan en la bruma que los caníbales sin gotas de decencia usan para nublar los días que los intoxican. Yo me pongo de pie, me desperezo, me libero de dolores y murmullo, golpeo con fuerza el suelo bajo mis pies, abrigado con placer, armado con pretensiones de envejecer viendo frente al espejo el resultado de lo que hice y no el reflejo de vacías intenciones, soy carne, soy hueso y sangre, soy la esencia de las voces que pasan por mi sien a la hora de elegir entre ser o pretender, la tinta con la que en mi piel testamenté que puedo perder todo en la vida pero la sonrisa jamás la negaré.
















Después de tanto escribir, de tantas fábulas y maletas de Gibraltar a Ginebra y sus paseos dorados, aún extraño tu hermosas manos, tus pasionales abrazos, el color de tus pasos descalzos en el cerámico ocre de la habitación del pánico donde en un abanico de rezos calmamos a los complejos y silenciamos a los temores obsesos, donde los gemidos que retumbaron en los besos hicieron eco en los siete cielos y los doce infiernos.




Aquella tarde en Marbella cuando aún estaba vestida de París y cantaba las voces de un piano, nuestros cuerpos se acoplaban, se adaptaban y asociaban, tu aroma de café tostado y el mío de canela y tabaco armado perfumaban el tango que en las callejas bailamos sin miramientos mientras cientos andaban cabizbajos en su marcha fúnebre en una lúgubre cofradía de farsantes y fundamentalistas de los amores poligonales, anduviste diagonales, besaste mis labios entre malabares, inundaron los canales para separarnos, los cruzamos a carcajadas y bajo los chasquidos de la tormenta no nos soltamos las manos ni huimos despavoridos, tener al destino de nuestro lado por una vez, tener al tiempo en contra, soltar pausas y beber como podías, amar la magia, hacerla magna.

Tigre.-