Del niño agradecido.

Supongo que todo fue un capricho, supongo que la bandera no se movía, que los labios rojos de Lola eran una ilusión y la Luna era sólo algo lejano y pasivo, silenciosa y sin vida; supongo que las cenizas de plata eran sólo polvo en el viento, que amanecer no es más que volver a empezar y que las estrellas nunca fueron nuestras, que mi último rencor no era más que uno más y que las huelgas no tienen hijas, será que siempre no es eternamente y que todo, TODO, se termina.  


Lee bien...  


Pues, habrá que posponer los supuestos y será que después de todo sí somos libertad. Porque Lola es amor, porque tiene labios rojos y ojos almendra, café o miel, tiene un nombre, fuerza, voz, autoridad y una historia que contar, suya o mía, nuestra o de todos los demás. Al final conservo la mirada enfurecida que me regaló un apodo, la misma paciencia que me hizo merecerlo. Las flores sí son vida y magia, siempre lo serán.  


Giro el dado entre mis dedos, se desvanece, como si nunca hubiese estado ahí, como si diera igual que exista o no, si de un modo u otro, el azar decidirá de quién es el honor de compartir el último vals. Sacudo la arena de mis hombros bronceados, sonrío, ya no necesito que alguien me escuche cantar, ni que me consideren genuino, el tiempo se mofa de mis arrebatos pasados y yo le doy la razón esta vez, cambios dentro de cambios dentro de cambios contenidos en un único plano y allí, en esa realidad, sí somos eternos, sí existe el siempre y el jamás, un universo que a costa de los faros estelares y los días raros nos mantienen vivos hasta que el fin nos bese la frente.  


Este compendio cumple hoy trece años de vida y de cada pieza creada tengo una sensación que guardo en un baúl de cuero gastado y mecanismos oxidados, desbordando de frases y colores que puse ahí con amor, con pasión, a veces con ojos brotados de ira, ahogados en lágrimas o brillantes como su sonrisa, tengo un mapa mundial con una marca por cada lugar en el que estuve pero nunca visité, teclas de piano, cuerdas de guitarra, vocales y versos disonantes; tengo allí la inspiración suficiente para apagar las luces, cerrar los ojos en mi cama y abrirlos en el lugar donde nos desencontramos, donde nos despedimos y donde nunca llegamos a abrazarnos; aquel umbral, las escaleras, el teatro y el bar. Somos piezas de una escenografía que cambia por cada fibra que activo sólo con mis letras, tengo otra historia que contar, o dos, o más... 


Cambié los humos por vapores, los impulsos por vibraciones, conservo la fascinación por los momentos y los detalles. Aunque mi lente ya no parpadea sigo amando las fotografías mentales, las imágenes perpetuas y los colores ambulantes, sigo siendo adepto a las metáforas desaforadas y los callejones adornados con cerezos desmejorados, hay un movimiento que aún no ejecuto, tengo un compromiso conmigo mismo para nunca dejar de intentar mejorar y una deuda con el hombre de ojos plateados que me regaló cientos de recuerdos entre relámpagos y abrazos, hay un sillón en el que mis instintos aún juegan con tus lentes mientras te veo dormir, hay un parque que tiene tu nombre porque hay un mundo que espera verte comer fruta con los ojos húmedos; la ansiedad me sigue abrazando cuando pienso que estoy bien y yo, sigo sin saber bailar. Tengo más miedos y extraño más a los que no me dijeron adiós, la lista sigue creciendo y lloro un poco más cuando repaso los nombres apilados, a veces amanezco más triste que cansado, otras, no tanto.  


Conecto, con las flores, las mariposas y las casualidades, con los eclipses y la clemencia, con el niño que hace veintiocho años quería escribir para el mundo, escribo para él, que le dijeron un centenar de veces que deje de intentarlo, que no eran su fuerte ni la literatura, ni la música. No es culpa del sistema, es culpa de que algunos no entienden que la pasión no te exige que vivas de eso, ni le rindas tributo, ni culto, sino que lo disfrutes y pongas tu vida en eso. Ese crío quería exteriorizar sus frustraciones, su miedo a no encajar, a no pertenecer, a la exclusion, al fracaso y el rechazo, él pretendía que dejen de golpearlo, de aislarlo, validación y aprobación y hoy, décadas después, hay algunas personas que creyeron en él y su manera de crear, creció y enfrentó algunas de sus inseguridades, ahora escribe para ellos, canta para él, cada tanto arriesga un poco más, porque cree que es capaz aunque otros no. Hace trece años tuve una revolución neuronal que me mostró un mundo nuevo en un viejo paisaje, desde aquel día las cosas siguen fallando, me siguen subestimando, el niño sigue teniendo miedo a no dar la talla, a que le digan que sigue sin funcionar su empeño por hacer algo bien y destacar, pero a estas alturas, ya no está solo, Lola lo toma de la mano, lo mira y él sonríe.  


Se reconoce a sí mismo abrazando todo lo malo que destaca en su forma de ser, pero se asume real, genuino, infinito y esencial, porque no negaremos los defectos, pero no nos mentiremos el día del juicio final, también hay virtudes que enumerar. 


Espero hayas leído bien, pasaron trece años y el mundo que creé sigue respirando, sí, leíste bien, la Luna sigue ahí mirando, protegiendo, creando, la Luna soy yo. Cada tanto leo algunas líneas de cada texto creado, me sigo hallando en ellas, me sigo sintiendo orgulloso de que existan y sean visibles, de no haberlas sepultado y de tener, tras trece años, lectores como ustedes, obras como estas, gracias, de mi parte y de parte del niño al que hicieron sentir honrado de haberse atrevido a enfrentar el rechazo y haberlo superado.  


Tigre, Will, Saint.  


Dedicado a todos los que perdí desde que empecé a escribir en este blog y también a los que siguen estando, de uno u otro modo, más cerca o más lejos, más o menos ausentes, plasmados en una palabra, en una imágen, en un concepto, con el alma en la mano, gracias por darme el impulso, el valor que no encontré en mi familia, gracias por alentarme a ser el padre de todo esto.