Vivir a colores.

Los abrazos pendientes, pendiendo de un hilo, prendiendo un pabilo y pretendiendo no pretender beber del vino de los impacientes. Los idiomas perdidos, saltar y escapar, perder los estribos, tumbar los muros, correr ardidos los circuitos cortos, los círculos y los cililindros. Se cerraron los caminos, atrapados entre paredes y espadas, en callejones sin luces y temblores, los días finales y el juicio correspondiente, el calor de sentirse sentenciado, la sangre hierve y vibra el cielo, se caen las columnas, sirenas silentes. 

Mentes desaturadas que no pueden ver la vida a color, cuadrados, simples, planos, mentes en dos dimensiones incapaces de ver la nueva profundidad. Se acabaron las recompesas por primitivos, las recompensas con perfume a tocador, se cambió de profesión el trovador y ahora describe versos en paredes de aerosol, ya no corre para escapar, corre para alcanzar antes su punto de llegada que es el de partida de alguien más y sólo una posta en otra carrera, los caminos se cruzan, se unen y se separan, pero cada quien a su pugna.  

El hambre, las ganas de comer, de bajarse del tren, de dejar el andén y ver el mundo desde una pendiente en los Andes, mientras unos golpean la basura y otros revuelven las montañas y los mares en busca de una oro. Dora la vuelta, dorada la ida, oraba en la cuesta, doblando la apuesta, el Sol, su puesta, apostados en lo ilegal del las luces que parpadean, la sed de los semáforos, la vida en lo alto, donde los perros no llegan, donde los palcos los ocupan los del otro lado. 

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