Las pausas infinitas.

Vamos a volar juntos sobre el dragón blanco de la tinta negra, a jugar entre las grietas del caparazón de la tortuga que sostiene el mundo, vamos a hablarle a la Luna del parque de la luciérnagas extintas, la curva maldita, la hija que grita, la grata sorpresa del apagón universal, vamos a huir de la lluvia, de las calaveras, a besar las dunas, a pisar los bares, que estallen los barómetros y los varones, que el puño cerrado no sea para golpear pero cambie el curso de la historia una vez más al brillar en lo alto. 

Vamos, que de vuelta a la vuelta habrá tiempo de quitarnos la ropa en el lodazal de las preguntas no hechas y las respuestas nunca vistas. Me siento en el piano y suena una escena fantasía en la que estoy y no, toque de queda, queda darle un toque a nota que dibuja sombras a mis espaldas y que hagan temblar las cuerdas en vibrato, las cicatrices que no se ven nacidas del maltrato  harán crujir los tablones del ático donde guardo el arsenal para la revolución, donde baila Lola la canción de las pausas infinitas, munición para asesinar. Los pasos desnudos sobre la madera, las voces despiertas en los labios rojos y los párpados dorados viéndola flotar, mártires del mercado de pulgas de los besos perdidos, árbitros del juego de siempre fracasar. 

 Maldigo los conteos, tu dulzura y mi sangre hirviendo en la melaza de tu cañaveral, eres la fruta dañina en cantidad, el exceso que sabe a libertad y la marcha en los zapatos del ebrio hasta la basílica del final, mendigo un rato más, pierdo los anillos, se detienen los relojes, se me acaban las ganas de brindar, se me apagan las lámparas de sal, los límites, que da igual la entrada, el punto cardinal, el cardenal perdido y el rito final, las cintas presagian el temporal y los dioses se reunen a contemplar el desastre celestial, se acabo la espera, nos encontró el final, el milagro no es la alquimia, el milagro son tus gemidos durante la batalla campal.

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