Curiosa luminosidad.

El beso que confirma las nupcias, el rayo que destroza la tierra, las aspas de nuestro viejo molino que samban en mi esperanza.

Mansa mi negra duerme en mis piernas, mi gata recibe plena la brisa en las piernas de esta vieja historia, muerden los pliegues de mi cabello las hojas de las palmas, muestran que el cielo se descalabra y las mantas no alcanzan.
Sube a mi palacio de miel tu espina cruel, mis ojos castaños imparten justicia en el pícaro ocaso.
Abajo dicen que suenan sirenas arriba, que el fin está llegando, pues sollozo al pensar que el fin es nuestro ahora, al fin y al cabo, acá abajo suenan sirenas de pánico hace años y no hay quien perciba el llanto, si los dementes no sólo carecen de voz y voto, sino que además carecen de trato, de abrazos.
Se abren las puertas de un infierno plasmado, se cuela por las canaletas el lamento intacto de la manía que espera y no alcanza, de la boca que no besa las palmas de las manos temblorosas, tierno placebo de los muertos en vida.
Ay mañana que tendrás para nosotros, ay mi alma que pretendes que haga, si entre paredes y espadas no hay plumas ni palabras, si entre tú y yo mi calma, hay un suspiro de distancia, si entre Cabildo y Pampa al final nos perdemos en la pista sin bailar ni una milonga.
Sufre esfinge de pilares quebrados, sufrimiento programado del que sabe que no siempre podrá permanecer parado.
Colmo de colmos, mural de santos, lamentos preparados para ver un último corso desesperado, compro espantos, compro piel y tabaco, es que tengo tantos pecados empeñados que se empecinaron en dejarme pobre y como un villano.
Larga espera hasta que cese la tormenta, largo tramo hasta llegar al otro lado, largo es el último suspiro.
Olvida por un minuto donde estamos, olvida que quizás haya un camino trazado, estira tus manos y acaricia las piernas de la casualidad, bésala en la boca y muerde su cuello, si aún no sabemos de dónde venimos, cómo saber dónde vamos.