Meridianos tiranos.

La Flor del Sur tiene tallos fuertes, pétalos como pupilas, negra y radiante, supernova la novia.
Las tres han dado y sereno, como el selenita en la privacidad de la Luna nueva, el Eternauta con su eterna melodía bajo la parra de la infanta, tornas tornasoladas, soldados sumidos en su mantra, un vacío pintado en la espalda, una serpiente, espadas. Vasos llenos de desesperanza en bandejas de sensaciones contrarias, eco, ola, balanzas, balas y bayas, bandas, franjas, márgenes marginales en textos de maestranza, rampantes, arcaicos, futuristas, marginales.

Meridianos a veces enteros, a veces parciales, menguantes, mermantes, mercantes de planeadores estelares, transporte transparentes a futuros distópicos gigantes, frustrantes al fallo, imposibles al tacto, teóricos, tiranos, militantes del amor, tiránicos.

Fundamentos astrales que por milenios fruncieron el universo y lo plegaron como seda en un desierto monótono. Volvíamos sentados del viaje tóxico del tren y el diesel de su líder intelectual, volvíamos hablando de los tiempos, los digitales, los funcionales, pero a la altura del parque de los docentes, señalé el cruce con un gesto se mis manos, se alzaba brillante y completa, más pálida que nunca, enorme, como si durmiera sobre la pendiente a cuatro esquinas del columpio, deslumbró tus pupilas y en un brote de alboroto me dijiste en los labios que tengo que amañar la Luna, el beso de los sueños plateados, el sueño de los besos fantasma.

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