Prístina, el principio del todo.

Si vibra tu cuerpo vibra el suelo, tiembla el mundo, se alzan boreales las auroras de tu mirada, australes en tus piernas cansadas. Si las fuentes que desbordan de colores en el manto cósmico que nos cobija destellan en el brillo de tus ojos húmedos y distantes, estamos un poco más cerca. Es que, si la espuma baña la miel de las almendras abiertas, las venas se llenan de la prístina belleza de tus labios torcidos al Norte en una sonrisa sacramental.

Los espejos son sinceros, nos muestran tal como somos, aún así nos vemos distintos cada vez, con los mismos ojos, con distintas nociones, funciona en la introspección, tal como en la inversa, vemos al resto del mismo modo que lo muestran los reflejos, mas todos con una percepción distinta, ¿La mejor? Nunca. ¿La peor? Tampoco. Única, siempre. Con los ojos que te veo y los labios que te juro, con el pensamiento que te traigo, con las voces que te llevo, te esculpo en esencia y no en imágen, las almas salvan almas. Que el ánima nunca se extinga, que el aliento rebalse de espíritu, un gemido, un suspiro, un bufido de frustración, un cambio de aire, un resoplido para que la lluvia en nuestras comisuras caigan al río, un refusilo, parpadeo de los dioses en tus pupilas vivas y desafiantes.

Una cuerda metálica baila y te hace pensar, un abrazo te lleva a pasear, porque a un palmo de tu libertad está la voluntad que la va a impulsar donde tu inseguridad no quiera llegar, el puño que destruirá la barrera que tu miedo no quiera levantar, por las buenas, por las malas, por las maletas nunca desarmadas, por las veletas que giran cuando paso junto a ellas volando a dónde estás, por las grietas que quedan de temblores que amenazan con derrumbar tus planes, con las viñetas en las que boceteo el impacto de nuestros cuerpos colisionando, en un choque que terminó con todo lo que había, que todo lo creó.

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