Perfume de calma.

El ruido gris de tu ausencia a la hora de dormir, un tatuaje sin decifrar en la palma de la mano de Fátima, un lugar, un espacio. Hay una puerta con cerrojo a mitad de un callejón, sin carteles, sin señales, una puerta color asfalto, a medio oxidar, pesada, metálica, sólida, difícil es abrirla sin que un estruendo sacuda el oscuro pasaje, peor al cerrar. Antiguas escaleras a punto de dejarnos tirados al costado del camino, descansos cubiertos con alfombras gastadas y sucias, entrepisos, pasillos con departamentos a ambos lados y justo antes de salir a cielo abierto por una última puerta, un lugar seguro. Llave, dos giros a la izquierda, tirar, soltar, empujar, pies descalzos, la puerta cierra sola por su propio peso, madera desteñida y astillada, llave a la inversa, dos cerrojos, tres golpecitos para los espíritus, un parpadeo lento, estamos dentro.

Desde lo alto se ven las luces por todos lados como luciérnagas en reposo pero la gente no aparece en ninguna de las ventanas, ni en las callejas distantes. Abro una botella con agua, un trago por los que no están, otro por los que no son, desprendo mi camisa, al suelo por hoy, como mis ánimos, abro las hojas de la ventana como si de un libro se tratara, apoyo un codo en el marco, marcan las dos en un reloj pintoresco pero estático, pocas nubes, una Luna con ojos apenados, la asfixia que traje del mundo exterior se apaga, giro la cabeza en círculos, siento la tensión desapareciendo, con un pulgar presiono la palma de mi mano, la comezón se va, voces en el callejón de las batallas sombrías.

Tengo un tatami heredado del urbanismo y la desfachatez, me siento en sus terrenos, llevo tiempo sin encender una luz en este lugar, es precisamente estar sólo y a oscuras lo que me hace sentir abrazado al regresar, a diferencia del exterior, no le temo a muchas cosas estando bajo este techo, sólo unas pocas, a mí mismo, a mi libertad de pensar, a lo que duerme en mi conciencia. Tengo un lobo durmiendo en un rincón, un fantasma conocido cocinando pétalos de rosa en un caldero, huele a flor en este sitio, a miedo, a soledad, pero también a flor. 

Me dejo caer de espaldas, me despido de mis compañeros de cuarto, al menos por hoy, ya mañana discutiremos aspectos terrenales, es hora de cambiar de plano, tomo del suelo a mi derecha un cuaderno que parece iluminarse, una pluma heredada y respiro el aire perfumado, es hora de salir de aquí, empiezo a pintar con tinta un mundo en el que soy más fuerte, más sincero, me siento mejor, cuando escribo estoy en un lugar mejor. Para llegar trazo un recorrido en los renglones. Salgo de mi cuerpo por un tiempo, camino cuesta abajo una avenida llena ruidos pero tras sólo unos minutos andando doblo a la derecha, hay una puerta con cerrojo a mitad de un callejón, sin carteles, sin señales...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario