Era un extraño entre sus brazos, un desconocido en su piel, no reconocería al hombre en el que me convertía cuando sus manos iluminaban mi espina dorsal ni aunque me viera en un espejo recién comprado. Ella no tiene cincuenta sombras ni muchas menos, sólo una y muy pequeña, suficiente para entrar en ella en sigilo y ser la fiera a la que algunos llaman Tigre, lo bastante indomable como para desvestir los santos que otros han aburrido, capaz de incapacitar piernas sin ataduras, hacer temblar un cuerpo sin sacudirlo, dime de nuevo quién es la fiera y si lo soy yo por qué eres tú quien con sus uñas me enmarca en un cuadro del renacimiento.
Ha tronado el cielo y el río se ha reído de los tambores que hemos palpitado, en mi tumba de esta noche escribiré tu nombre, has sido tú quien ha dado muerte al loco de los cien horarios, de las quince alarmas, de los treinta años, he muerto loco y me has sepultado en el grito despeinado del aroma a despilfarro, armado hasta los dientes, colmillos condimentados con el alcohol del perfume de los cuerpos conocidos. Una mujer sin iluminación artificial, con dos ojos pardos distintos y sin calificativos dignos para ser descriptos, brillo bello y de intenciones obscenas incorruptibles y que perduran entre las pestañas negras y perfectas.
Un idiota, soy un hombre sin palabras, sin posibilidad de comprender qué sucede cuando mueves un dedo y lo acercas al Sol. Pues no veo la estrella inmensa, no veo el dedo, ni siquiera la mano, no veo el cielo, no veo nada y tampoco quiero hacerlo, tu mirada es fluorescente en la tierra de los ausentes, ojos negros no me dejes, no me envuelvas en sombras inútiles si a la luz embelleces, no me devuelvas la razón a tu lado pues prefiero ser un noctámbulo entre tus efes, la Flor que perfuma las calles repugnantes de amargos transeúntes, la garúa que fractura la demencia, la lectura que no necesita mencionar indecencias para generar tendencia y la empuñadura del arma que educa al revés del fomento.
Tigre.-
