Sonríe para el mundo.



Sonando un piano en el salón de un restaurante abandonado, puertas tapiadas, ventanas cubiertas con alfombras arrancadas, polvo bañando todo cuanto puedas ver, un piano dice adios a un gigante y con una lágrima y una mueca fingida yo lo veo sentado a él a un lado, el hombre que lo acaricia y lo ama, lo hace susurrar a espaldas de unos cuantos que el recinto desarman, el mismo que le hizo conocer España y el mismo que París educó en madrugadas espléndidas de labial y Brandy, de gruyas de papel metal y la luz de la vela que nos iluminó en el romanticismo de la pobreza.

A ecos exagera su llanto el piano y su intérprete a golpes de ira en vano le da furia, alma y vida al sótano que por última vez es abierto y por última vez será cerrado. Se expande el vibrato por todo mi país, fuerte suenan sus quejidos afinados y de a poco, como afiliándonos, nos vamos sentando a su alrededor para verlo y escucharlo. Placer insano de observarlo partiendo su alma en las teclas de negro y blanco, mórbido deseo de que siga sufriendo para seguir tocando, despidiéndose del lugar que le dio resguardo su primera noche en esta ciudad tan bella y a su vez tan desecha. Lo admiro, admito que me enloquece esa manera de verlo creando incluso en el dolor de una pérdida, como aquel verano que volvió a su Buenos Aires perdido dejando en mi cama desenfreno y en mi mejilla la caricia de despedida de un suicida.

Él y su piano, su piano y él, tomados de la mano en el mismo tono y yo sin más no puedo dejar de escucharlos amando, respetándose hasta la muerte de un silencio de corcheas y se excitan atacando los graves como con un puño,  pisando fuerte el suelo haciendo llover polvo de la lámpara sobre ellos, haciendo llorar a los siete u ocho para los que tocan, se olvida de por qué está ahí, de por qué es que llora, sé que no se olvida de mí, con su reojo me busca y parece querer sonreír, pagaría por verlo así, pero sé que en su duelo y dolor es fuerte y por eso es feliz, fiel a sus convicciones pero también a sus lamentos, estoy enamorada de su existencia como lo estoy del Otoño si es entre sus brazos.

Su sangre ha de hervir y sus brazos tensos caen de su torso relajado, resignado al fulminante relámpago que antecede al trueno que hace de coro a sus ojos pardos. Hambre de revancha e iluminado por la propia fantasía, un fantasma sentado en un banco opaco y desgastado. Somos luto y este embargo es al alma pues su ascendencia lo ha dejado en cuerpo, mas su alma no lo ha abandonado. No lo había sentido nunca tan encerrado en un pentagrama, ayer me decía "Seguí caminando, seguí sonriendo y que el mundo sonría a la vez." Hoy arden sus pedazos pretendiendo unirse a lo que él fue, el dolor más grave es el más agudo y el reto más difícil a superar es el de superarse, "Abrázame." le dije, "Abrázame y libera tus espantos." Sonrió de lado y despidió así a su ser amado.

Fina línea que existe para dividir al Tigre del Santo, al hombre del canto, desprendió mi camisa, se recostó en mi pecho para sentir mi piel y se adhirió al sueño que días antes lo evadía. Ahora le duele tanto que lo viste un gris manto y nos conmueve verlo conteniendo el grito, ahogando el trago amargo, dulce y parco se desploma intacto. Me enamoran sus ojos y cómo disparan miradas a discreción, es fuerte por fuera y por dentro un animal enjaulado, lo dejaremos sentado frente al piano de su abuela hasta que decida que el concierto ha acabado, lo abrazaré y le pediré que siga sonriendo, si él lo hace, el mundo sonreirá a la vez.


Sin más...


Lola.

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