Miradas de vidrio

La puerta se abre de un golpe, la luz artificial de una lámpara escurre apresurada por salir, junto con ella Lola, su pelo alborotado y sus pies descalzos, su cara empalidecida, su expresión de pánico, sus ojos mirando al frente sin intenciones de ver atrás.

Dobla y toma el pasillo hasta el final, agitada presiona la mandíbula con ganas de llorar o gritar pero no hace nada más que andar, baja la escalera sin pensar en las curvas, llega al comedor y detiene su carrera, ahora sí se gira sin poderlo evitar, grita como aullando y en su cuello se alzan las marcas de la desesperación, vuelve su mirada al frente y se toma los cabello pensando si morir o matar, si correr o llorar, sale del letargo del que está sujeta, reconoce el paisaje nuevamente en un parpadeo nervioso y una sacudida de cabeza, no puede dejar que el miedo la controle, no puede parar. Empieza a correr otra vez y se siente acorralada incluso en su propio hogar, como si las paredes siempre fueran las mismas, los pasillos eternos, las curvas un círculo y las escaleras infinitas.

Cruza un marco, de un portazo se encierra en un cuarto alumbrado por un tenue color anaranjado de un velador encendido, sigue su carrera hacia un rincón, se hace un ovillo de terror en una esquina y se pregunta por qué no seguir corriendo hacia fuera, por qué encerrarse, sacude su cabeza sin poder creer su error, sus ojos pardos brillantes e imponentes son ahora lagos de temor y sus orillas desbordan de intentos por no romper en llanto, no se oye nada, pero por debajo de la puerta se ve a la luz jugando con sombras nefastas portadoras de mal augurio, cierra los puños aplastando a la desesperación y presiona sus piernas contra su pecho agitado, un golpe en el suelo logra hacerla sacudirse y gritar ahogando su pena en su ropa de dormir, vuelve a gritar y hunde sus dedos pálidos entre su pelo tapando sus oídos, sabe que hace mal, que resignarse no ayuda a superar obstáculos, que asumirse perdido no encuentra una salida y que decidirse muerto no vuelve la vida más fácil, mira el techo, golpea su nuca despacio contra lo que tiene detrás, otro golpe la hace fruncir por completo su gesto, sus ojos y nariz se acercan como para contenerse unos a otros.

Algo la espera fuera de la habitación, la falta de claridad bajo la puerta delata su posición, sus intenciones, no hay picaportes que se muevan lentamente ni crujidos, no hay salida ni títulos tras esta película, no hay príncipes azules ni héroes vencedores, en su cara desbordando de horror se ve la luz del destino cruel, sus párpados antes inseparables son divorcio ya, de par en par se separan hasta no poder más, como en tantos otros casos el grito más histérico es el del final.

Silencio, claridad en su expresión resignada, se reincorpora de un salto como si nunca se hubiera estado preparada, como si ahora, de repente se negara, la ataca la duda, entrecierra los ojos y focaliza, mira alrededor y suspira como si fuera el primero tras dejar el vientre de su madre, como si hubiera vuelto a nacer.

Sus labios finos se encorvan como desperezándose esbozando una sonrisa de placer y sus dientes espejan la luz del Sol, se gira y ya con sus pupilas irradiando el placer de estar viva estira sus brazos con actitud despreocupada, se sienta al borde de la cama, le sonríe a un pequeño muñeco de cabello negro y ojos de vidrio color rojo homicidio, suspira aliviada, como agradeciendo que no esté vivo, que no tenga que huir de él, que todo haya sido un sueño, mira la ventana, se acomoda el pelo tras la oreja y se encamina a desayunar, sin siquiera notar que dos ojos la observan, la analizan, la persiguen, dos ojos no tan vacíos, no tan confiables, no tan inocentes, dos ojos rojos, ojos de vidrio.



Dedicado especialmente a F.C.

Tigre.-




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