Otra estación otoñal


Hoy volví a caminar la estación de Hurlingham y el tren tan sonoro como siempre me hablaba de su gente, quien vende, quien compra, quien se lleva algo sin preguntar, quien lo corre por el andén, quien mira impresionado, quien ya ni mira, quien escucha música, quien duerme y quien despierta, quien llega tarde, quien llega temprano, quien tarde o temprano llega, quien nunca parte, entre otros tantos, y yo.

Miro en ellas nubes a contra-corriente y examino al niño que se encierra en mí, hablo de decepción con una flor en el camino de ida, hablo con la madrugada en el de vuelta, hablo solo y nadie se entera, hablan conmigo y no sabén quien soy, hablan por hablar, leen sin leer y confian en mis palabras. Tantos gastaron años de su vida en cosas que no lo valen y tantos ni siquiera lo intentan, entonces, ¿ Qué es peor? Me acuerdo que una vez una razón me explico de razones y no dí créditos de ello hasta que morí, como mueren las cosas que creíamos eternas, como nace la decepción al intentar no decepcionarnos, como vuela el tiempo perdido cuando perdemos un día y al siguiente repetimos el proceso.


El tren pasa una y otra vez, como por instinto cuento los vagones, miro las mil caras que habitan en la aquelarre del viaje a un destino particular, imagino mil ruedas traqueteando en mis neuronas y filas de palabras salen de una caldera de ilusión que avivada por el fuego de las pasiones pasadas alimentan el motor que en cada grito del viento se detiene para dejar subir a más y más navegantes del lúgubre ritual que todos compartimos. Canto, porque mi Yo y Yo nos llevamos bien cantando a coro, desentonamos al mismo tiempo, desafinamos por igual y, cuando uno se olvida la letra, el otro acompaña en el silencio, y es en esos pequeños huecos cuando una imagen vuelve a nuestras almas fatigadas, sonreimos como por inercia y damos un paso más, para no aflojar, para no ceder, para no mentirnos pensando que tan solo mirando el camino no van a llegar los cambios.

Vuelvo a casa, vuelvo a caer en el sillón de siempre, vulevo a prender un cigarrillo, vuevlo a meditar sobre la perseverancia en la domesticación de las cosas simples que tantas satisfacciónes me dió y juntos otra vez, y en un coro triste y desafinado, volvemos a cantar un tango deshilachado.




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Saint

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