Duerme en el fuerte de los juegos.

Bajo la diadema de los caleidoscopios Calíope teje entre vértices vórtices mártires de mares nictálopes. La figurinista desalmada arma y desarma un diorama jugando a ser, jugando a querer.

En pantomimas y billetes francos se camufla la conducta polarizada, burbujas de sombra se despiden de su aliento en un soplido de cristal y los cristales que brillan por ausencias ajenas son maravillas para los Mecenas. Mi genio, lejanía, su guarida, limosna, instante álgido, ácido cálido corroe los pasos de sus lagrimales en mis labios, juventud eterna apalabrada en tertulias acomodadas, las horas perdidas como medida, el tiempo como eterno cosmonauta y como su bitácora, el folio donde garabatea melismas sinestesicós.

Sin techos sintéticos, sin léxicos correctos ni modismos amanerados, con contracciones contradice controversias contorsionistas que se escabullen entre los dedos de Lola al ocaso omiso sin sismos cordiales sobre manteles sajones a la hora del desbarase.

Eventualmente evitamos el colapso, dimos por perdidos ciertos lujos y archivamos rutinas, colgamos los guantes, las vendas, los libros, despertarán de su invierno cuando Hipnos oiga los truenos y sonría en silencio, a Morfeo le pudo el cuento.

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