Un tiempo después, abanicos.

Savia, sabía de la rabia, mas no de la magia, porque en la batalla de las miradas pierdo ante la suya magna, bajo las luces que me descolocan cuando engalanan sus ojos desvelo, el de la locura de otros tiempos, el de los Lunes sin refrigerio. Robóticos narcóticos que duermen la mitad de mi presente imperfecto, mientras se hace agridulce el esfuerzo, se vuelve magro el bostezo al que le cruzo anagramas y le rezo formas raras. Demente, de mente crema con menos teoremas y más placeres emblema, medallita milagrosa de ser nunca culpable y siempre orgullo de los que otorgan laureles, dos dramas, las raíces que abrazan mis brazos espada castigados como ramas tras el Otoño fantasma al que le planté cara y dí batalla para que valga la guerra y la espera sea su calma y mi manta.

Cualquier noche sentado en la soledad de los escarabajos me encuentro y recupero amparo en el meridiano de mis cuadernos amargados, una mesa balcón y debajo el amor, testigos siameses repetidores del rumbo, no me victimizan las cicatrices, no me amedrentan las rutas, no plancho las culpas ajenas para vestirlas en bodas absurdas, no hay matrimonio con los juicios, hay amor que desvanece los miedos porque levantarse siempre sigue siendo un ritual que al parecer permite permanecer sin pedir permiso.

Lola toma mi mano vestida de aura blanca a las orillas del río celeste que ruge catarata como el tigre pintado en un corazón rupestre. Lola sabe de mis caprichos contados de veinte en veinte, de mis defectos telones de cada página y sus renglones, espero Lola entienda que no soy perfecto y que en mi cuerpo urna hago lo que puedo. Veo, veo, veo y vuelvo a verla en el albor de mi ráfaga de miradas, miro porque adoro, esquivo porque lastimo, me siento a veces fallando y otras veces asesino, vuelvo la vista sobrio ante el destino y desayuno entre mordiscos el mal trago de unos ojos coloridos, en el alba de las facciones dibujadas, hice malabares con profetas de ideas violentas, vencí, vine, nací.


Tigre.-

Carta y malabar

Una mesa, un tablero de ajedrez durmiendo en azulejos y sobre él, la resolana en tonos verdes botella y marrón de un vaso rústico con el olor a la niñez bajo mantas de lana gruesa y melón. Un perro negro carbón saltando y girando como mi vida gira a tu alrededor, el centro son tu ojos negros, tu voz como el Sol, heliocentrismo del amor, un parco hombre sin luz brillando por vos. En la cúspide del piramidal cielo Ra hace equilibrio y me mira por compasión, se oscureció la bonanza en la macabra risa de un destino apático, una foto azul y un ladrido abraza a la dueña, la ama, la brisa, la noción entre nociones, en moción y en la ceguera en su versión autosustentable, la asunción del pánico al poder, cuando el viento te sacude y no hay tiempo de ceder, bolero de dios, la ausencia de los puntos, escasean los párrafos y en escarlata un palco para disfrutar de un partido que nunca, jamás se empata.

La cruces no vuelven, las nueces no truenan, la nieve no quema y la escena enferma, Terpsicore renga, dolor en los dolores que al verte merman, fricción y lema, amor y crema, Polimnia haciendo casas con cartas de canasta, dominó la casta en piezas blanquinegras, hay eternidad en la memoria, hay lugar en las fronteras, hay asilo en su espalda adormecida y consuelo en el insomnio, habrá vacío en la calma y en la tormenta duelen las palabras, la amenaza bajo una lupa que la luz convierte en llamas, en la verdad de las nociones e intenciones nunca es fácil acertar, error, tolerancia, trampa y paladar, brújula y azufre, ámbar y azafrán, recuerdo y malabar, bajas guardias, especial defensa, de vergüenza floral, de maravillas perseverantes y libros ardiendo, las profundidades que me arrastran, el aroma a amapola, el corso de las sombras en un carnaval impostado, que la vida se me escape en un suspiro final, le narraré a Caronte las sonrisas que sus ojos negros me tatuaron en el alma 


La vida, vale menos que el amor.