A la orilla de un pequeño puente de árboles caídos reposo mi cuerpo y dejo mis piernas libres balanceándose sobre la ausencia de un río que alguna vez allí durmió. Canta un ave allá a lo lejos donde no alcanzo a ver, una brisa calmada despoja mi frente del calor y una tierna palma de mi rostro seca la transpiración.
Bendita la flor roja que destaca entre los brazos de un seibo reseco y sin color, un pacto entre su esplendor y el cielo gris que contrasta e ilumina aún más las ramas a su alrededor. Una sentimental marca escarlata producto del reflejo de los astros contra su máscara plateada y el rojo de su piel acalorada.
A lo lejos y escondida entre nubarrones grises y naranjas una catedral pretende esconderse de los olvidos de pasajeros de trenes solitarios, bien cerca las piernas de mi presa se entrelazan perfecto envolviendo mi cintura como un rompecabezas terminado y me llevan a donde llega el Nirvana.

Amo, lamento, ciego y despierto, insano y perplejo, macabro y bestial, sincero y fatal, consejero y vulgar, eterno y fugaz.
Para ella.
Aún sigo siendo capaz de escribir, aunque a casi nadie le importe ya.
TIGRE.-